Pandemia Año I. Me gusta el desafío en que nos coloca el Covid. Impacta en lo que escribimos y pensamos. La escritura no puede solo quedar pegoteada a la tragedia sino que debe mirar y escuchar las constelaciones de sentidos y contorsiones que se tejen sobre ella.
Adelanto: la “bomba” covid, paradójicamente, amplio nuestra imaginación, la potenció. Nuestras sensibilidades también. Esa “bomba” nos puso frente al pensamiento de lo que vendrá. Ese hongo que se expande. Lo que viene se está metabolizando con algunos procesos que se va produciendo. Todo lo que ocurre no siempre es visible. Lo social trabaja de manera enigmática y, por momentos, con cierta sutileza. ¿Qué está pasando en el “corazón social” de la pandemia? Hay procesos sociales en marcha, entre éstos, narraciones e imaginaciones que emergen, que se escuchan, como un rumor social. Tic tac!
La incertidumbre y la visualidad que nos propone la enfermedad, nos saca inevitablemente de ella. Éstas son más potentes que lo propiamente biológico. Por fortuna, la enfermedad nos coloca en otros registros. No solo se vive de la enfermedad, ni de la vida misma. Se vive de todo lo que ella provoca en nuestra imaginación y nuestros sentidos. Lo que se juega en este momento es algo más importante que la vida: las rutinas de la sociabilidad donde esa vida, nuestra vida, tenía sentido. Esa imagen que teníamos alojada en nuestra mente entra en zonas de turbulencia. Van aterrizando mientras se mueve.
Las narraciones que vendrán, tal vez, las próximas empiezan a imaginarse ahora de manera fragmentada. Como destellos inquietantes. Como detalles narrativos de una gran tragedia. El ahora mismo es como un incendio. Cuestiones de nuestras vidas se están quemando. Me resuena el libro de Bradbury Farenheit 451. ¿Qué cosas se queman, cuales se chamuscan y cuales quedan en el aire? Si nos tentamos con una pregunta sociológica o antropológica podemos lanzar: ¿A cuántos “grados sociales” se quema el Covid?
El presente es un laboratorio infinito. Persistente. Desató y aceleró nuestra imaginación. La liberó, paradójicamente, de las imaginaciones lineales que teníamos. Esto no es una defensa de la pandemia. Nuestra cotidianeidad imaginativa estalló. Pum! Un tsumani se nos vino encima. Explotó! La “onda expansiva” nos tocó la puerta. Cotidianeidad imaginativa, expectativas y ensoñaciones se derrumbaron. Tener un negocio o una tienda se transformó en un infierno. Ir a comprar el pan se volvió un problema. Saludar a otro también ¿beso, mano, codo, pies, movimientos de parpados? ¿Cómo te toco, como los toco? Los fluidos también se pusieron en duda. Había que contener la saliva. Que no salga. Controlar los fluidos. En esta crisis se dispararon todo tipo de relatos y fantasías sobre el otro, los otros y las cosas. ¿Me contagiaré? Quiero ayudar al otro y evitarlo. Desearlo pero no abrazarlo o cogerlo. El covid, en parte, puso en nosotros movimiento diferidos.
En la televisión se puede observar una propaganda donde se indicaba que el botón del ascensor podía contener virus. ¿Y ahora qué hago con mis manos? Hicimos de nuestra ropa un límite al virus y a los otros. Fuimos a una guerra invisible. La proyectamos en nuestro cuerpo y ello traerá, ineludiblemente, sucesos inesperados (somatizaciones, síntomas, etc.). Alojamos ese material bélico en nuestra imaginación. Lo “cuidamos” hasta que venga la vacuna y nos salve. Pero no se ira con el brazo pinchado. Quedará ahí. Nos metimos en una guerra sin guerra. En una guerra de pacotilla, pírrica, donde la estética se volvió se transformó en algo horripilante. Parecíamos, al principio, un preservativo gigante. Un condón viviente. No pasarán. No mancharemos a nadie, ni nos mancharán. No podrá entrar el virus, ni los otros, ni sus problemas, ni su dolor. Pero expulsar al otro, no preocuparse por los demás, tiene consecuencias sobre uno mismo, sobre los demás y la política. El otro, la otra, se vuelven un problema. No quiero que me arrastre el otro a su deseo. La lógica política de confinamiento y distancia nos puso así. En ese dilema con el otro y la otra. Y en ese dilema entran los propios liderazgos.
¿Qué haremos? A la otra, al otro lo acomodo en el ascensor, en la cama, en los negocios, en mi imaginación y en el mercado. También en la pantalla y en la mirada que podemos lograr a través de ella. Debimos acomodar el cuerpo y la mirada mientras liberábamos las imaginaciones, y en esa avenida imaginacional introducimos personas y fantasías. Asumimos una pedagogía del movimiento y de la visualidad. ¿Dónde colocó mi cuerpo, mis ojos, mis oídos? El consumo de fotos, imágenes, selfies y videos nos incita a revisitar en esos “textos” un deseo que antes multiplicábamos entre lo virtual y lo real. El sexo virtual gano la pantalla, los dildos se multiplicaron y se instaló con fuerza en el menú de la búsqueda de placer. Coger con barbijo fue una de las mayores fantasías de los primeros tiempos.
Tuvimos que recolocarnos, revisualizarnos, construir escenarios y campos sociales. El vecino me saluda con barbijo. ¿Qué escena de mierda, no? Me evita. Me mira que hago. La gente quiere distancia. Antes se pedían abrazos, besos, caricias, ahora distancia. Hay sensibilidades que se desmontan, retuercen y se forman otras. En una crisis todas las sensibilidades tienen “razón” y están en el escenario reclamando igual dignidad. No hay “guerra contra el virus” sino entre todas las subjetividades que este “enfrentamiento bélico” suscita. Un vecino saca un telescopio a su balcón para mirar a una chica que toma sol y ella no solo le grita que es un pajero sino que le desea que se contagie covid. Una señora pelea con otra mujer para que se ponga el barbijo en un lugar insólito: una larga vereda vacía. Mi madre hizo del confinamiento un estilo de vida. Encontró un lugar. Ella, como pocas, encontró un alivio.
Nos quejábamos de la vida vertiginosa de la posmodernidad, de su individualismo y soledad. ¿Para qué? Para recrearla al máximo en esta pandemia. Somos geniales! El taxista coloca una barrera de nylon. En los bancos te atienden a unos religiosos dos metros. Una vida a dos metros. Un vida de 200 centímetros.
Esta crisis hizo que las cosas se muevan. Mucho. La pandemia nos colocó en un film y por ahora, nos ha dejado aquí. Es un lenguaje interesante, dramático y veloz para contar nuestras vidas. Para situarnos en un principio inédito. Comenzamos a ver imágenes que solo teníamos in mente por alguna película, escultura o cuadro. Mirar desde el balcón, desde las ventanas. Mirar a los vecinos y vecinas. La pandemia agudizo nuestro voyerismo en un momento donde el futuro estallo. Mucha mirada poco futuro.
Imaginemos. Tomemos algunos signos. No todos. Algo que nos proponga fantasear con próximas narraciones o literaturas de la pospandemia. ¿Vendrá una nueva literatura? No sabemos. Lo importante es que la mirada vuelve a sentir la necesidad de recalibrarse sacándose el peso de la enfermedad. De volver a la vida cotidiana y tomar su complejidad dramática. Ir ahí. Al núcleo de lo cotidiano. Siempre lo hicimos pero ahora lo cotidiano esta “cargado” de nuevos problemas y dramas. Ir a la caza de la cotidianeidad, desembarcar en sus núcleos dramáticos y escribir la crónica de una crisis en marcha. Ese mundo cotidiano dejo de ser visto como una novela romántica. No es Avenida Brasil, sino Avenida COVID donde, lamentablemente, la avenida se averió. Se hizo tan compleja que transitar se hace difícil e impactante. Como Dante Alighieri en la Divina Comedia.
Imaginemos. Pensemos posibles narraciones de lo que pudimos imaginar en estos tiempos críticos y, que tal vez, quien sabe, podrían ser literaturas pospandemias. Es un juego. El juego de la crisis. Mientras el mundo se estremece y se dirige a una segunda y tercera ola. La literatura mutará como la pandemia y presentará nuevas imaginaciones y textos de un mundo que ya no será igual.
Estamos aquí. Propongamos un juego posible. Un conjunto de hipótesis sobre lo que imaginaremos a la hora de escribir. Vamos por el corazón de la crisis, vamos a hablar por ella.
Literaturas del control y de la homogenización. Un mundo controlado por extraños poderes. La imagen de un barbijo universal. La igualación autoritaria del tapabocas. De hecho, estas imaginaciones fueron las primeras. Las del Gran Hermano. La biopolítica es así. Un mundo chato y lineal. Tan igualado que molesta. Un mundo vigilado en nombre de la enfermedad. Que encuentra los hilos de una subjetividad apegada al miedo. Pero esa homogeneización que tiene como propósito cuidarnos puede desatar rebeliones. Rebeliones antiigualadoras. Anti barbijo. Todo ejercicio de control delimita campos y con ellos las estigmatizaciones y el surgimiento de pequeños sheriff sociales que en nombre del Estado deciden “cuidarte” o marcarte la ley. Una literatura envolvente. Asfixiante. Pero de creación de rutinas agobiantes. En este flujo de imaginaciones pueden aparecer democracias erosionadas, atravesadas por poderes controladores o su gran contrario: poderes que nos dejen a nuestra suerte. Una democracia controladora de la sanidad que incorpore nuevas distancias sociales, como una democracia alejada de la compasión puede ser introducida en el juego en lenguajes literarios.
Literatura de gladiadores, gladiadoras, de quienes combaten el covid. Narraciones de héroes, super héroes, de heroínas, vestidos de blanco, atacando guerras bacteriológicas. Aquellos y aquellas que quieren “quemar” el covid. Los Farenheit COVID. Heroicidad anónima y pública. Una posible literatura de héroes políticos y sociales que reivindicaran lo humano. Literaturas de nuevos liderazgos sanadores que se afirman en el “trance de guerra” contra el Covid. No solo es posible recordar los libros de Bradbury sino los de Oriana Fallaci quien nos acerca a la guerra, al interior del cuerpo guerrero, de sus pasiones y sobre su hipótesis de futuro.
Literaturas del asco social y urbano. Ciudades no totalmente desbastadas pero sin vida. Una cotidianeidad sin fluidos, sin energía social. Asco por una ciudad futura, vacía, oscura y despoblada. El asco producido por la pérdida de la sensibilidad. Una literatura sin nostalgia pero cruenta con esa ciudad imaginada. El asco. Los otros y otras, lejos. Pero puede extenderse esta literatura e incorporar narraciones de ciudades vacías tomadas por pobres, mendigos o delincuentes. Ciudades sin ritmo cotidiano, sin rutina, sin flujo social pero de máquinas funcionando al ritmo de una ciudad imbécil. Es posible recordar, ciertas literaturas contemporáneas, El Asco de Horacio Castellanos Moya y Ciudad de Invierno de Abdón Ubidia. La ciudad es el centro de estos libros, la ciudad en todas sus posibilidades: la ciudad del asco y la ciudad como progreso económico.
Literaturas sobre comunidades de sanos y ciborgs sociales. Los sanos, esa comunidad de reglas estoicas, luchan por mantenerse así, puros, por alejarse de la enfermedad. Los sanos y sanas como nuevos separatistas o autonomistas al interior de los Estados o lo que queda de éstos. Territorios organizados como campos de batallas para derrotar la enfermedad. Literaturas del vallado, de la frontera sanitaria. Aquí caben viejas literaturas de guerra, de conformación de territorios, como de hombres y mujeres en pugna. Aquellos que al salir a “quemar” el virus se transforman en otra cosa. De ahí los sanos o los ciborgs sociales se entremezclan. La vida vale una transformación! Si se trata de transformaciones ciborgs recuerdo el libro de Hernán Vanoli, Cataratas. Pero todo tiene una contracara. Podemos imaginar una rebelión de los enfermos que claman por un lugar en el territorio y en el sistema de salud. Los enfermos y enfermas movilizados por recuperar la sanidad, por ser integrados en un proceso de medicalización que se ha transformado en la última ratio. Todo el mundo luchando por ser incluido por en las políticas científicas. Un mundo de sacerdotes aplicando vacunas y haciendo hisopados.
Literaturas sobre el deseo recolocado. Resituado en el cuerpo mismo de los individuos. La imaginación del deseo se instala en el centro del cuerpo, de sus búsquedas, de sus miradas. Podría esgrimirse una literatura de la interrogación sobre el deseo o de sus trayectorias. ¿Cómo buscarían mujeres y hombres realizar su deseo en una supuesta cuarentena eterna? ¿El deseo se aplastaría o tomaría nuevos rumbos? Esta experiencia nos provee de imágenes para esta posible literatura. Individuos arrojados en sus sillones subyugados por las pantallas. Mujeres y hombres que revitalizan el arte de la masturbación, de la construcción de imágenes, y que aprenden a mirar pantallas para capturar ese deseo que se encendía con el tacto. Mirar y no tocar al otro. Una posible literatura donde busque construir una vida posible con el deseo relocalizado en uno mismo. Pornografía de uno mismo. Una vida detenida en el deseo sobre sí mismo donde los nacimientos se detengan o sean imaginados como desviaciones. Vivir del deseo de sí mismo y contra sí mismo.
Literaturas de una nueva rutina. De esa rutina que ha creado el confinamiento y la cuarentena. Una persistencia y socialización en las reglas que han establecido los Estados. La nueva ciudadanía sanitaria bajo el temor de la enfermedad y de la aplicación de millones de vacunas. Timere ex morbo. Es interesante observar que la internalización de mandatos y sus acatamientos, más obediencias que resistencias, puede ser parte de un “material literario y humano” para imaginaciones escriturales. El “nuevo ser” surgido de la pandemia, lleno de otras rutinas, poniendo el brazo para inocularse. Un GPS vital lleno de normas e indicaciones sobre el cuerpo. Una literatura de un nuevo cuerpo rutinizado. Que puede adorar las nuevas rutinas y que desdeña las anteriores. Un nuevo “ser” que ha colocado las rutinas asumidas como parte de su panteón existencial. I tifosi delle nuove regole. Los partidarios y las partidarias de las regularidades nacidas de la pandemia. El hombre y la mujer nueva.
Literatura de las modernizaciones. Mientras la enfermedad se expandía con una velocidad inusitada se modernizaban sistemas logísticos y crecían ciertas actividades tecnológicas. Negocios y empresas en territorios lejanos a las grandes ciudades comenzaron a digitalizarse y a ofrecer entregas en las casas. Crecieron las ventas en algunos rubros. Posiblemente puede ser una literatura menor, subsidiaria de anteriores, pero el hecho de que algunas zonas de la economía hayan visto crecer sus rentabilidades puede impulsar una literatura pandémica donde el optimismo modernización de ciertas zonas económicas pueda deslizarse. Crecer entre vidas que se escapan, vidas que se enferman pero vidas al fin, que consumen, que mueven el carro del movimiento de bienes y capitales. El consumo vuela. No se detiene. La crisis, la enfermedad y su lucha provocan un mercado, un mercado que crece, que es alentado por el temor, el cuidado, la responsabilidad o todas aquellas hebras subjetivas que claman vivir y consumir. Vida y consumo. El miedo a morirse abre un mercado: de cuerpos y almas. Una gran rueda que mueve optimismos e imaginaciones futuras. Toda crisis puede ser una modernización, incompleta, fallida o total. Y la imaginación está ahí, para escribirla. Para saborear algo de su transformación.
Una literatura donde las personas y los países luchan por las vacunas. La guerra del “hambre” sanitario. En un mundo que persigue la vida saludable hombre y mujeres se pueden encontrar pugnando por obtener vacunas. Por reclamar a los gobiernos que las consigan. Pueden imaginarse guerras contra el Estado, por su ineficacia o no compasión. Literaturas que imaginan a ciudadanos y ciudadanas tomando capitolios y poderes legislativos para obtener algo de vida. Que retiran su colaboración a gobiernos a los que ya no pueden esperar.
Aquí ocho hipótesis incompletas, tal vez, fallidas o caprichosas. Un juego de la imaginación y trayectorias de lo que nos suscita en nuestro interior esta gran crisis existencial. En fin. Un juego que nos permite narrarnos en algún lugar conjugando varias hipótesis o destruyéndolas todas al mismo tiempo. El movimiento dramático y existencial que provoco esta pandemia nos mueve a todas las imaginaciones, a todos los miedos e incertidumbres. Estamos aquí. Podemos cuidarnos y fantasear al mismo tiempo. Imaginarnos. Eso. Imaginarnos con letras, con palabras, con acciones. Uno de los últimos resquicios que puede restituirnos.
Esteban De Gori.